lunes, 9 de agosto de 2010

Joseph Auquier

Joseph Auquier

LA ESPOSA INFIEL

Estaba una señorita
sentadita en su balcón,
pasó por allí un soldado
de muy mala condición
y la dijo: —Señorita,
con usted durmiera yo.
—Suba, suba, caballero,
dormirá una noche o dos,
que mi marido fue a caza
a los montes de León,
y para que acá no vuelva
le echaremos maldición;
cuervos le saquen los ojos,
águilas el corazón,
se caiga de un risco abajo
y muera sin confesión.
Al decir estas palabras
su maridito llamó.
Ábreme la puerta, luna,
ábreme la puerta, sol,
que te traigo un conejito
de los montes de León.
Al bajar las escaleras
su color se la mudó.
—O has tenido calentura
o has dormido con varón.
—Ni he tenido calentura
ni he dormido con varón,
que se han perdido las llaves
de tu nuevo corredor.
—Las llaves eran de hierro,
de plata las haré yo,
que el herrero está en la fragua
y el platero en el mesón.
¿De quién es aquel caballo
que en la cuadra relinchó?
—Tuyo, maridito mío,
mi padre te lo compró.
—Dios se lo pague a tu padre,
que caballos tengo yo,
que cuando no los tenía
no me los compraba, no.
¿De quién es aquel fusil
que en tu cuarto relumbró?
—Tuyo es, maridito mío,
mi padre te lo compró.
—Dios se lo pague a tu padre
que fusiles tengo yo,
que cuando no los tenía
no me los compraba, no.
—¿De quién es aquel sombrero
que en tu cuarto veo yo?
Al oir esta pregunta
la esposa no contestó.
—¿Quién es ése que en tu cuarto
sin el mi permiso entró?
Al verse ya descubierta,
de rodillas se postró.
—Mátame, marido mío,
que bien lo merezco yo.
—No te mato, no, mi vida,
no te mato, no, mi amor,
que mientras vivas vencida,
venciendo yo siempre estoy.
Y con la faz descompuesta
de su casa la sacó, y la cogió por un brazo
y a su padre la llevó.