jueves, 17 de febrero de 2011

Anne Sexton - La muerte de Sylvia

para Sylvia Plath

Oh Sylvia, Sylvia,
con un féretro de piedras y cucharas,
con dos hijos, dos meteoros
vagando libres en una pequeña sala de juegos
con tu boca hacia la sábana,
hacia la viga del techo, hacia la estúpida plegaria,
(Sylvia, Sylvia
¿a dónde te fuiste
después de escribirme
desde Devonshire
acerca de cultivar patatas
y criar abejas?)
¿a qué te aferraste,
cómo cediste sin luchar?
Ladrona...
¿cómo te arrastraste,
te arrastraste hacia abajo sola
hacia la muerte que yo he deseado tanto y por tanto tiempo
la muerte a la que ambas coincidimos en que hacía rato le había llegado su hora,
la misma que llevamos en nuestros delgados pechos,
la misma sobre la cual conversáramos tan seguido cada vez
que nos bajamos tres martinis extra secos en Boston,
la muerte que hablaba de analistas y curas,
la muerte que hablaba como novias con tramas,
la muerte que nos bebimos,
los motivos y la quieta realidad?
(En Boston
los moribundos
viajan en taxis,
nuevamente la muerte,
que viaja a casa
con nuestro muchacho.)
Oh Sylvia, recuerdo al letárgico baterista
que batía sobre nuestros ojos con una vieja historia,
cómo queríamos dejarlo venir
como un sádico o un hada de New York
para que hiciera su trabajo,
una necesidad, una ventana en una pared o un pesebre,
y desde entonces esperó
bajo nuestro corazón, nuestra alacena,
y veo ahora que le hemos guardado
año tras año, viejos suicidios
y siento ante la noticia de tu muerte
un horrible sabor, como a sal
(Y yo,
yo también.
Y ahora, Sylvia,
tu nuevamente
con la muerte de nuevo,
que viaja a casa
con nuestro muchacho.)
Y digo sólo
con mis brazos estirados hacia aquel pedregal,
¿qué es tu muerte
sino una vieja posesión,
un lunar que se escapó
de uno de tus poemas?
(¡Oh amiga,
cuando la luna está mal,
y el rey se ha marchado,
y la reina ha perdido la razón
el borracho debería cantar!)
Oh pequeña madre,
tú también!
Oh graciosa duquesa!
Oh rubita!
De ésas
he salido al mundo, una bruja poseída,
rondando el aire negro, más valiente por ello;
soñando el mal, he sobrevolado
las casas planas, de luz en luz:
pobre solitaria, con mis doce dedos, enajenada.
Una mujer así no es una mujer, lo sé.
Yo he sido de ésas.
He encontrado las cuevas tibias del bosque,
las he llenado de sartenes, tallas, estantes,
de armarios, sedas, de incontables bienes;
he preparado la cena para los gusanos y los elfos:
llorando, aullando, ordenando lo que estaba mal.
A una mujer así no se la comprende.
Yo he sido de ésas.
He viajado contigo, carretero, saludando
con los brazos desnudos a los pueblos que dejábamos atrás,
aprendiéndome las últimas rutas de la claridad, superviviente
allí donde tus llamas aún muerden mis muslos
y crujen mis costillas bajo la presión de tu carreta.
Una mujer así no se avergüenza de morir.
Yo he sido de ésas.
Los bombardeos
Nosotros somos América.
Somos los que rellenan los ataúdes.
Somos los tenderos de la muerte.
Los envolvemos como si fuesen coliflores
La bomba se abre como una caja de zapatos.
¿Y el niño?
El niño decididamente no bosteza.
¿Y la mujer?
La mujer lava su corazón.
Se lo han arrancado
y se lo han quemado y como último acto
lo enjuaga en el río.
Este es el mercado de la muerte.
¿Dónde están tus méritos,
América?

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